Transcantábrica. Viaje largo.



Visión general de la ruta. Con inicio y fin en Badajoz.

Para empezar, decir que esto que cuento a continuación no ha querido ser una ruta en moto, sino que ha pretendido ser un viaje; eso sí, hecho con una moto. Ello quizás aclare que las etapas, los itinerarios y los lugares visitados puede que no siempre coincidan con los clásicos destinos "moteros". Dada la época del año, he eludido destinos que, si bien son merecedores de atención en otro momento, ahora no, por la masificación turística, aunque sí he incluido una breve visita, pasada más bien, por algún sitio que, a pesar de no reunir los requisitos que yo buscaba, sí quería verlos por razones diversas. Buscaba, sobre todo, conocer parajes significativos y ver pueblos característicos de las zonas que visité, estuvieran, o no, en las rutas tradicionales.





Visión general de la ruta. Con inicio y fin en Badajoz.
Dado mi desconocimiento de estos lugares, quiero agradecerle la ayuda  a gente desconocida que me ha orientado muy bien. Así, mi agradecimiento a Pedro, del foro Gstrail, quien me dió unas indicaciones muy buenas sobre el País Vasco y a otros de la página "España desde la moto" quienes casi me han llevado de la mano por Cantabria.

Mi moto, la pequeña de las trail de BMW, una vez más me ha demostrado su utlidad y versatilidad. Cierto que subiendo algunos puertos, cargado como iba, me hubiera gustado disponer de alguna potencia más; y bajando esos mismos puertos también hubiera deseado una mejor frenada y suspensión. Pero, en general, su comportamiento ha sido excelente, y para viajar como yo lo hago, es perfecta, con un consumo reducido y sin el más mínimo fallo.

Mi moto durante este viaje.
Han sido doce días, durante los cuales he recorrido en solitario unos 3.000 km por carretera, a excepción de unos 50 por las pistas de Las Bárdenas Reales. Ha habido carreteras de todo tipo, buenas, muy buenas, malas y muy malas. El tiempo ha estado variable, tuve lluvia y frio el primer día y otro; pasé por una intensa niebla atravesando el Parque del Saja-Besaya; soporté una intensa tormenta en Zarautz; pasé calor en Las Bárdenas, mucho calor en Las Arribes del Duero y calor extremo al regresar a Extremadura por la Sierra de Gata.

Me he empapado del verdor del norte, tanto del verde, blanco y azul de las montañas cántabras como del verde de los bosques navarros; he olido intensamente el Cantábrico en Elantxobe; me he quedado largo rato mirando a Los Picos de Europa desde el Mirador del Oso; he intentado, sin éxito, llegar hasta la Ermita de San Juan de Gaztelugatxe (demasiadas pendientes para hacerlas andando con la equipación de montar); he creido ver vaqueros e indios en Las Bárdenas; he "dejado pasar el tiempo" mirando el paisaje en los alrededores de Caín; he visto vacas, caballos y ovejas de toda clase por todos sitios; he cambiado mi opinión ( a mejor) sobre la ciudad de Bilbao; he parado casi en cada curva del Puerto de La Lunada y de la Estaca de Truebas (no podía creer que tuviera todo ese espectáculo a mi entera disposición); he visto la "cuna" del español en San Millán; he aprendido algo sobre las bodegas soterradas de Baltanás (Palencia); he visto el Camino de Santiago lleno de peregrinos por todas partes; he tenido el placer de pasear por La Concha lloviendo; he comido en el Kasino Lesaka y en el pueblo abandonado de Ruesta (Huesca) y también bocadillos de tortilla en otros sitios; he tenido que tirar a la basura a mi ya casi querida vieja tienda (la tormenta de Zarautz pudo con ella); he sentido la dureza del paisaje de Las Arribes y he visto sus espectaculares miradores; he visto, hasta donde la vista alcanzaba, campos de trigo y girasoles por Salamanca; he comido "sobaos" y "quesada" en Vega de Pas; he oido a mayores y niños hablando en euskera; he notado los diferentes acentos de las gentes en las diversas regiones que he atravesado; he comprobado, una vez más, que un mero saludo o un simple intercambio de palabras con desconocidos pueden terminar en un intercambio de historias sentados a la sombra en alguna plaza de algún pueblo; he confirmado, otra vez, que la gente del lugar tienen la mejor información sobre el entorno; he lamentado que no en todos los sitios venden el tipo de tabaco que fumo;...

Día 1.

Además del navegador, llevaba a la vista esquemas como éste, que me servían para conocer mi situación y para tomar notas que, después, me han servido para hacer esta crónica.

Riaño. Aquí empieza todo.





El primer día, tras pasar una fria noche en Riaño, al amanecer descubrí la belleza del emplazamiento de este pueblo a las orillas del pantano rodeado de montañas. El día anterior estaba lloviendo y nublado y por eso no se podían apreciar estos detalles, pero el día nació soleado y me permitió un acercamiento nítido a las estribaciones de los Picos de Europa. Salí en dirección a Asturias por la N-625 para, enseguida, desviarme a la derecha buscando llegar a Posada de Valdeón y desde allí a Caín. Decir que empecé a subir y a tomar curvas desde el primer momento y esa sería la tónica de toda la jornada. En esta primera parte tengo que destacar la espectacular subida hasta Caín por una serpenteante carretera estrecha que corre paralela al rio Cares, con subidas y bajadas de hasta el 22%; pero el recorrido lo merece plenamente. Desde ese punto hay que deshacer el camino hasta La Posada y tomar otra estrecha y revirada carretera que me habría de llevar hasta la N-621 y encarar el tan nombrado Puerto de San Glorio. Lo inicié en la parte leonesa, donde el asfalto está en malas condiciones y encontré un tramo en obras (me resultó curioso encontrarme un semáforo en rojo en plena carretera y permanecer allí parado varios minutos, en medio de la nada). Al poco se corona el Puerto y se vislumbra que el recorrido cántabro está en mejores condiciones; pero, antes de iniciar la bajada es obligado recorrer una pista encementada de dos kilómetros que lleva hasta el Mirador del Oso; sin duda, uno de los lugares más espectaculares del viaje y donde estuve más rato del debido dedicado, simplemente, a mirar la pared montañosa que tenía delante. Regresando a la carretera, bajé el Puerto por un deslumbrante paisaje haciendo muchas paradas para contemplarlo, puesto que es una carretera que no admite muchas distracciones. Así llegué a Potes, turística ciudad que me limité a cruzar, sin más, para empezar el recorrido por el Desfiladero de La Hermida y por donde se conduce mirando hacia arriba, al contrario que bajando San Glorio, que se conduce mirando hacia abajo. En esta zona el día empeoró y el cielo desapareció oculto por una densa capa de nubes que no presagiaba nada bueno y aunque, al final no llovió, sin duda que deslució el recorrido y, además, me impidió llegar al Mirador de Santa Catalina, lugar desde el que se puede ver todo el Desfiladero y, en días claros, me dijeron que se puede ver Santander. Esto último me lo contó el dueño del Horreo del Osu, quien junto a su mujer, regentan desde hace poco tiempo el restaurante, que está en la población de Bores-Vega de Liébana, justo al final de la bajada de San Glorio, y con quien compartí una agradable tertulia después de comer allí (bueno, bonito y barato) hablando sobre motos, viajes y lugares de interés en Cantabria (lástima de no haberlo conocido antes). A pesar de las nubes amenazantes, en La Hermida me desvié a la derecha, por una "cansina" y estrecha carretera en dirección a Cabuérniga, desde donde inicíe la parte final del recorrido atravesando el Parque Natural Saja-Besaya a través de un denso bosque con bonitas subidas y bajadas de la carretera y, a veces, entre vacas y ovejas. Este recorrido me debería haber llevado hacerlo una hora aproximadamente, pero las nubes que creí haber dejado atras parecieron concentrarse todas en mi camino y, tornadas en espesa niebla, no solo me impidieron ver el paisaje, sino que hicieron la conducción peligrosa pues apenas podía ver más allá de tres metros por delante y las vacas seguían alli con el consiguiente riesgo que esto suponía. De esta manera, al final de este tramo dí por concluída la primera jornada, cerca de Reinosa, sin intentar llegar al Pico Tres Mares, al cual, aún estando muy próximo, desistí de visitar dado el riesgo de volver a encontrar la niebla.

Primeras paradas del día:







Primeras rampas subiendo a Caín.



El segundo objetivo de la jornada: Puerto de San Glorio y Mirador del Oso:



Pista de acceso al Mirador del Oso.



Al fondo, el Mirador.
Mirador del Oso.



Lado cántabro del San Glorio.
Cerca del oso, el Mirador del Ciervo.

Un poco más adelante, empiezan las vacas y la niebla:



A partir de este punto la conducción se hizo muy difícil y no me fué posible hacer más fotos o vídeos. Eso sí, pisé todas las "boñigas" de vacas con las que me crucé.
Resúmen en vídeo del día primero:


Día 2.


Espectacular es una palabra que se verá repetida en esta crónica muchas veces, pero es la manera más sencilla de definir muchas de las partes del camino que recorrí, especialmente en la segunda jornada, que amaneció soleado y así se mantuvo durante todo el día, incluso con algún momento de calor. Desde Reinosa bordeé el Embalse del Ebro y puse rumbo a los valles pasiegos, haciendo un primer tramo precioso hasta Vega de Pas y, desde allí, tras una parada para comprar "sobaos" y "quesada", continuar hasta Selaya, desde donde enlazaría con el Portillo de La Lunada, que sin duda ha sido el mejor tramo de todo el viaje, aunque eso aún yo no lo sabía. Pero antes de llegar a este Puerto hay que recorrer, una vez más, estrechas, reviradas y espectaculares carreteras que discurren por bonitos parajes solitarios que piden ser transitados despacio, dejándose mirar, con la visera levantada y con un esbozo de sonrisa dentro del casco  todo el tiempo; aunque, eso sí, no por ser bella la carretera están permitidas demasiadas distracciones, pues hay curvas y "horquillas" que precisan de todo la atención para discurrir por ellas sin problemas. Lo que venía a continuación era un tramo de puertos enlazados,el de La Lunada, el de Estacas de Trueba, el de La Sía y, finalmente, el Collado del Asón; sin duda un trazado de locos puesto que los cambios de dirección son constantes; hacía el este desde Selaya; después hacía el sur en dirección Espinosa de los Monteros; hacía el norte buscando Arredondo;...

Aproximación al Portillo de La Lunada.
Pero, empezando por el primer puerto, el de La Lunada, decir que te lo encuentras de sopetón, pues la carretera bacheada que dirige hacia él no permite advertir su fisonomía hasta que te encuentras de pronto en sus faldas y, a partir de ahí, desaparece el arbolado y aparece el monte bajo, de un verde intenso pintado con rayas que resultan ser el trazado de la carretera y que ya te advierte de cómo va a ser esa subida, dándote después la sensación de que solo un loco ha podido trazar ese itinerario; si bien hay que agradecer a "ese loco" que lo haya hecho así, al menos para quien por allí circulamos por mero placer.

Culmina el puerto en la confluencia de las provincias de Cantabria y León y desde donde puede obtenerse una visión completa del valle y de la carretera recorrida. Allí compartí un rato con un ciclista al que sobrepasé unos minutos antes y que hizo un más que merecido descanso. Si espectacular me resultó este tramo, el siguiente, que me llevaría por el Puerto de Estaca de Truebas, no lo sería menos.
Portillo de La Lunada.
La orografía es parecida, pero las sensaciones son diferentes; de hecho, la carretera que recorre éste puerto va cambiando constantemente de una ladera a otra lo que hace que se obtengan visiones diferentes del recorrido. Haber finalizado La Estaca me habría llevado de nuevo a Selaya, por lo que, a medio camino regresé, improvisé una comida de "campaña" en un área de descanso senderista, tomé la carretera BU-571  y volví a Cantabría a través del Puerto de La Sía, que dispone de un bonito mirador en el límite provincial y, desde allí, por la CA-265 encaré la última dificultad, que se diría en términos ciclistas, pero que en términos mototurísticos sería todo lo contrario; el Collado del Asón me espera unos kilómetros más adelante con toda su majestuosidad. Conformes te acercas a él, por la carretera se ve, a lo lejos, como la montaña se rompe en dos partes, dejando dos paredes casi verticales enfrentadas; pero uno, que desconoce la zona, no se imagina que la carrretera va a bajar por una de esas dos paredes mediante desniveles imposibles y curvas cerradísimas, aunque con un asfalto en perfectas condiciones y con varios puestos de observación que invitan a parar para ver todo el entorno. Unos kilómetros más adelante finalizaría el día cerca de Ramales de la Victoria.









Estacas de Trueba


Puerto de La Sía.
Collado del Asón, otro punto fuerte de esta etapa.


Resúmen en vídeo del día segundo:


Día 3.

El tercer día fué una etapa de transición; dejaba la montaña cántabra y me acercaba a la costa bilbaína a través del Valle de Carranza, bonito, sin más. Como uno es casi de pueblo, no podía resistirme a
hacer dos visitas en la zona. La primera era ver el colosal puente colgante de Portugalete y, una vez allí no pude resistirme a cruzar por él, lo que me trastocó la ruta y me metí de lleno en un caos circulatorio hasta alcanzar la segunda visita prevista: el Guggenheim en Bilbao, donde me hice las obligadas fotografías y salí como pude hasta Gorliz, lugar en que dí por terminada esta jornada tras un paseo por la playa de Plentzia. Esa noche mi tienda empezó a dar síntomas de que algo no iba bien.






Día 4.


Ahora tocaba circular por la costa vasca empezando con una parada en San Juan de Gaztelugatxe, comprendiendo entonces por qué pasa por ser uno de los sitios más bonitos del país. Tenía previsto llegar hasta la Ermita ignorando cómo es el trayecto andando, así que una vez empezado y cuando
San Juan de Gaztelugatxe
apenas había recorrido una tercera parte del mismo tuve que desistir pensando en que más tarde habría de subir lo que ahora estaba bajando vestido con la equipación de la moto; así que me conformé con permanecer una rato en el Mirador que tan estratégicamente está situado y que, tal vez, haya servido de excusa a tanta otra gente para evitar el recorrido completo; pero, insisto,
en que en otras circunstancias es un camino que hay que hacer. A continuación me fuí hasta el Cabo Machichaco porque había visto fotos de la Ermita tomadas desde ese lugar y me pareció que bien merecería la pena acercarme; pero la bruma impedía una buena visión. Desde aquí inicié un recorrido por la Reserva Urdaibai pasando por Bermeo y Mundaka en dirección a Guernika para después ascender hacia el Bosque Pintado de Oma, donde me esperaba otra desilusión, ya que visitarlo suponía dejar la moto e iniciar una ruta andando que no podía permitirme por su duración; así que volví a a la costa, concretamente al pintoresco pueblo de Elantxobe, un bonito pueblo marinero. 

Elantxobe.

A partir de ahí ya siempre tuve el Cantábrico a mi izquierda y pasando por Lekeito transité por una preciosa carretera junto a la costa, por medio de un bonito bosque, y con unas divertidas curvas; lo que ya sería la tónica general al pasar por Ondarroa, Mutriku, Zumaia, Getaria y Zarautz, lugar donde acampé y donde soporté una intensa tormenta que acabó con mi vieja tienda de campaña.

Día 5.


Sin tienda el viaje ya no sería lo que tendría que ser, pero, casualidades de la vida, en la ruta del siguiente día pasaría por Irún, donde existen unos conocidos grandes almacenes de deportes y donde me hice con otra tienda; así que solucionada esa incidencia. Si hasta ahora había recorrido montañas por Cantabria y costa por Euskadi, lo siguiente eran los bosques navarros. Pero antes de adentrarme en ellos, decir que también era de obligado paso la bahía de San Sebastian, con su bonita playa y su original monumento (el Peine del viento)
para ir, poco después hasta Hondarribia, lugar al que creo que llegué por una carretera equivocada dado el intenso tráfico que soporté y que tal vez hizo que quisiera salir de allí cuando antes y volver a mis soledades, cosa que hice, con gran acierto, dirigiéndome al Parque Natural Aiko-Harria, cuyos bosques enlazan y se confunden con los bosques, ya navarros, del Parque de Bertiz. Espectaculares espacios ambos y por donde, de nuevo, circulé a baja velocidad sintiendo, oliendo y respirando todo el entorno. Así llegué a Elizondo y al Valle del Batzan, el cual no me pareció bonito porque tenía en el pensamiento las imágenes de los bosques anteriores que, como dije, me resultaron espectaculares, pero no menos de lo que todavía me esperaba: atravesar las estribaciones del Monte Alduide a través de las carreteras enlazadas NA-138 y NA-140 que, en parte, bordean el Embalse de Eugi, con un espectacular contraste entre el azul claro de sus aguas y el verdor del bosque. Este fué otro trayecto al que dediqué mucho tiempo, pues fueron constantes las paradas y donde me llamó la atención el silencio reinante. Poco después, en Espinal dí por concluido el día. Esa noche pude hablar con un grupo de amigos que durante esos días casi finalizaban su viaje a través de Los Pirineos, estaban alojados en Roncal, muy cerca, pero era casi de noche y el cansancio de ambos y las carreteras no invitaban a encontrarnos.

Parque Natural Aiko-Harria.


Kasino. Lesaka.
Confirmando la posición. Bosque de Bertiz.



Resúmen en vídeo del quinto día:



Día 6.


Foz de Arbayum
Otro punto de obligada visitada me esperaba al día siguiente, y que supondría un cambio radical de paisajes, Las Bárdenas Reales. Pero antes de eso tuve que cambiar los planes porque la tienda que acababa de estrenar resultó ser demasiado pequeña y realmente incómoda, lo que me hizo acercarme a Pamplona y cambiarla por la definitiva. Pero este desvio me cambiaba todo, así que me dedique a vagar por las carreteras que me pareció y que, casualmente, me llevaron a Lumbier, donde existen unas magníficas hoces dignas de ver, así que las busque y las visité, concretamente la Foz de Arbayum; espectacular, por supuesto. Siguiendo mi deambular sin rumbo del día, la casualidad hizo que me encontrara en una gasolinera con otro motorista de Bilbao a bordo de su bonita moto custom (lo siento, no recuerdo su nombre; pero sí que pertenece a la Asociación Motera Makinas de Bizkaia) y gran conocedor de la zona, recomendándome que me internara en el Valle del Roncal, cosa que hice, descubriendo entonces que por allí pasaba mi ruta original. Recorrrí Burgui, Roncal, Isaba,... hacia arriba y hacia abajo para, finalmente, recorrer todo el valle y salir a Aragón, cerca del Embalse de Yesa, el cual bordeé por el lado sur a través de la carretera más perdida que hasta entonces había recorrido; no había en ella absolutamente nadie, el navegador no la reconocía y es de esos sitios donde más  temes tener algún percance o avería, pero, que sin embargo, y sorpresivamente me llevó al pueblo abandonado de Ruesta, donde existe un pequeño albergue con un rústico resturante donde me preparon para comer lo que había, cosa que hice junto a unos peregrinos que, sabe Dios cómo, habían dado a parar en tal lugar. Tras la comida y la tertulia seguí en dirección a Sos del Rey Católico que bien mereció una pequeña parada para ver su casco antiguo. Tenía previsto pasar la noche por allí, en Sanguesa, pero dí con que el camping había cerrado y terminé cerrando el círculo volviendo a Lumbier para pernoctar.

El pueblo de los oficios ¿Burgui?.
Mirador del Valle del Batzan.
Embalse de Yesa. Al fondo el Valle del Roncal, el que atravesé momentos antes.

Día 7.


Las Bárdenas Reales fueron todo un contraste en este viaje. Normalmente, se resalta el hecho de viajar por una zona desértica y encontrar un oasis, pero ahora fué al revés: encontré un desierto dentro de un oasis; aunque tras salir del Valle del Roncal y transitar por la zona norte aragonesa el paisaje ya te dice  que entras en un nuevo entorno uno no se espera estar, de pronto, rodeado de la aridez de Las Bárdenas y de las caprichosas y bonitas formaciones arenosas que contiene. Entré aquí temprano, sobre las diez de la mañana, y por eso el calor fué soportable entonces. Hay que circular
Monumento al pastor, una de las entradas a Las Bárdenas.
obligatoriamente por las pistas señaladas, sin estar permitido salirse de ellas, y hacer un recorrido circular que, completo, es de aproximadamente unos 25 km, a los que hay que añadir otro buen trecho para pasar por el Centro de Interpretación y enlazar con la carretera. Dada la dirección que traía, entré por la pista del "monumento al pastor" y la continué durante 15 km hasta enlazar con el recorrido circular, no sabiendo entonces si girar a la derecha o a la izquierda lo hice a la derecha y llegué al punto más visitado, el "cabezo de la sal", pero allí un ciclista, que me había visto parado e indeciso un rato antes, me dijo que debería haber girado a la izquierda para haber visto "la raya" y "el rayón". Como no había prisas seguí su consejo e hice ese recorrido tras dejar a mi izquierda la base militar. 


Prácticamente le dediqué toda la mañana a este recorrido, apto para cualquier moto trail y turismos, con incontables paradas; pero, tenía que seguir viaje y el calor ya era agobiante, lo que unido al tanto tiempo dedicado en esa zona me hizo hacer una transición rápida y tomar la N-232 en Arguedas buscando Logroño y mi destino final ese día: Berceo-San Millán de la Cogolla, en el Parque Natural Sierra Cebollera. Lamento haber dejado atrás una visita a Eltziego, cerca de Logroño, pero, realmente estaba cansado, así que tras instalar mi tienda me dediqué a pasear por el entorno de los Monasterios de Yuso y Suso donde un religioso puso las bases para que ahora yo pueda estar escribiendo esto en español.



Cabezo de la sal.



Monasterio de Yuso.
San Millán de la Cogolla.


Resúmen en vídeo de Las Bárdenas Reales:




Día 8.


Me costaba cambiar en mi mente las recientes imágenes verdes que aún persistian, por los colores con los que ahora me estaba encontrando, con claro predominio del amarillo en forma de enormes extensiones de pajas y girasoles. También tenía que hacer un esfuerzo para adaptar los tiempos de conducción, pues en las primeras jornadas los kilómetros montañosos eran más largos que los rectilíneos que ahora tenía delante. Ese color amarillo, conforme avanzaba tras rebasar Burgos, se empezaba a manchar con el verde de las viñas, pues estoy en una región claramente vinatera y conforme me acerco a Palencia por pequeñas carreteras ("carretereando", digo yo) se hacen más ostensibles y como estoy circulando de pueblo en pueblo y este año parece haberse adelantado la vendimia veo la actividad que esto conlleva. Uno de esos pueblos por los que pasé es Baltanás, cerca de Palenzuela y Palencia, y me llamó la atención que en las laderas de su castillo había una especie de chimeneas que no parecian surgir de ningún tejado, sino que nacían en el suelo. Así que entré en el pueblo, busqué esas chimeneas y pregunté por ellas, resultando ser los "vertederos" de antiguas bodegas soterradas, muchas de ellas aún en funcionamiento. Más adelante, en otros pueblos cercanos volvería a verlas, aunque ya sin la espectacularidad de éste. Todo esto, más un resúmen de la vida en el pueblo y de su propia historia, me lo contó un señor mayor que se acercó para hablar de motos y que también me contó como se las apañaba él para circular con su entonces flamante Impala y la dificultad que le suponía sortear los apios, nabos y rábanos que durante la cosecha vertían los tractores en la carretera; me añadió que conservaba en un viejo almacén una BMW de los años cuarenta, pero que la tenía "descuidada" porque su mujer no le permitía usarla desde hace ya muchos años (podría ser un montón de hierros oxidados o bien podría ser un tesoro,... me quedé con la duda y las ganas de verla). Más adelante circunvalé Valladolid y llegué a Tordesillas, donde tras instalarme, tuve tiempo de pasear por ella y descansar plácidamente en su Plaza.

Santa María del Campo.

Palenzuela.

Baltanás. Bodegas soteradas.
Más bodegas en la zona de Esgueva.

Día 9.

Esta hubiera sido loa ruta del día, pero me desvié hacia el oeste para pasar por Zamora e ir a Las Arribes del Duero.
La siguiente jornada era la décima de mi viaje y me debería haber llevado a la Sierra de Gata, en el norte de Cáceres, y de ahí, en un día más, a casa. Pero, lo cierto es que no tenía ganas de regresar tan pronto; estaba disfrutando, tenía tiempo y presupuesto para más días. Así que hubo que resolver el dilema: ¿qué hago?. Como las soluciones eclécticas suelen dar resultado,  decidí añadir un sólo día más y emplearlo para conocer Zamora, llegar a Las Arribes del Duero y recorrerlas hacia el sur. Salí de la ciudad buscando la localidad de Pino porque desde allí se atraviesa el Duero a través del espectacular puente metálico de Requejo, el cual une dos comarcas uniendo las paredes de un no menos espectacular cañón. Continúo por Las Arribes uniendo pequeños pueblos: Moralina, Badilla, Cozqurrita (pueblo en reconstrucción), Mámoles, Fariza,... hasta llegar a Fermoselle, donde invierto un poco más de tiempo visitando su casco histórico, afeado, ese día, por la construcción de una plaza de toros de madera en su Plaza Mayor.Allí me informo sobre rutas idóneas para visitar los Miradores sobre el escabroso trazado del Duero en su zona fronteriza; pero, antes, me dedico a localizar algún alojamiento porque han desaparecido un par de campings que conocía en la zona, pero con la ayuda e información de la Guardia Civil localizo el Camping Municipal de Pereña, sin duda el peor alojamiento que he tenido durante el viaje por el lamentable estado en que se encuentra, pero es lo que había. Con semejante campamento base, recorro otros pueblos cercanos, destacando San Felices de los Gallegos y Aldeadávila, desde donde voy al Mirador del Fraile y al que llego por una carretera estrecha y rota y con una pendiente final de vértigo; lamentablemente, a la hora en que llegué la visión no era buena, y mucho menos la posibilidad de grabación o fotos, por la situación del sol, pero aún así se advierte la majestuosidad del lugar. Tal vez, de haber optado por los cercanos Miradores de la Presa, orientados de otra forma, hubiera sido posible dejar mejores fotos.

Catedral de Zamora.
Puente de Requejo, o Puente Pino. Uniendo dos comarcas. Espectacular.

Paisaje en Las Arribes del Duero.
Otro bonito puente en Las Arribes.
Mirador del Fraile.

Resúmen en vídeo de Las Arribes del Duero:




Día 10.

 
Pues bien, como en algún momento tenía que terminar el periplo, solo me quedaba enlazar mi posición con el fin de ruta que debiera haber hecho el día anterior, pues quería entrar en Extremadura a través de una casi desconocida carretera que une el pueblo salmantino de Martiago con el cacereño de Robledillo de Gata. Para ello, tracé una diagonal que me llevaría a Ciudad Rodrigo, donde localicé un taller de motos (Motoval) y donde, muy amablemente, me engrasaron la cadena y dedicamos unos minutos a hablar sobre motos y viajes. Dada la hora, busqué un restaurante para "comer de menú" y localicé uno próximo donde me sirvieron una excelente comida, dándome a probar un revuelto a base de "farinato" exquisito. Puse rumbo a Martiago sin prisas y  parando frecuentemente, pues aún tenía que negociar y salvar la estrecha y revirada carretera que atraviesa la cola del Embalse del Áqueda a través del viejo Puente Resbala sobre el rio Huebra, recordándome éste entorno al del recien visto de Las Arribes. Rebasado éste último pueblo se toma la CV-95 y durante unos kilómetros parece haber sido trazada con un regla y tiralíneas; pero en cuanto se interna en el paraje llamado El Rebollar
Paraje de El Rebollar.
("paisaje vivo", anuncian los carteles) vuelvo a estar dentro de un frondoso bosque de robles y pinos que nacen de un suelo completamente cubierto de verdes helechos y circulo por una preciosa carretera que, aunque no esté en buen estado, me lleva por suaves subidas y bajadas, siempre a la sombra y siempre ofreciéndome bonitas vistas del entorno. Así llego a límte Salamanca-Cáceres y, de pronto, donde un cartel pone "Dehesa Malavao", el paisaje cambia radicalmente; aún predomina el verde, pero los árboles han sido cambiados por monte bajo y puedo ver, a lo lejos, el trazado que he de seguir por la carretera. Quizás así mejor, porque  durante los kilómetros anteriores, bien pudiera haberse aplicado el dicho que dice "los árboles impiden ver el bosque"; no obstante, sigo con la misma sonrisa dentro del casco y durante los primeros metros de este nuevo paisaje tengo, a lo lejos, unas bonitas vistas de la Sierra de Gata y, entre curva y curva, atisbo los tejados de Robledillo, aún muy abajo por una carretera que va empeorando poco a poco (ya la conocía y ahora la quería así) y entre curvas y recurvas y pendientes muy pronunciadas, circulando, a veces, con la cabeza bajada para no darme con las ramas de unos árboles que han vuelto a aparecer en este tramo final y que de tanto en tanto invaden la pista. Así llego a Robledillo, del que puede decirse que es "la joya de la sierra", pues se trata de un antiquísimo pueblo serrano  perfectamente conservado, con casas de adobe y madera, por las que no parece que hubiera pasado el tiempo, colocadas a lo largo de calles en ligera pendiente que permiten ver mejor todo el conjunto. Existe allí un pintoresco bar a la orilla del rio que me ofreció una largo rato de descanso (no olvidemos que el calor es ya asfixiante en la zona) y existe también una bonita piscina natural en ese mismo rio que, sin duda, invitaba al baño, pero que no fué posible porque no era momento para deshacer el equipaje. En fin, desde allí, y tras un corto recorrido por la Sierra, busque el Pantano del Borbollón, cerca de la localidad de Santinbañez alto, porque existe allí un pequeño y estupendo camping (Camping Borbollón) que me proporcionaría lugar para la última noche del viaje.


Regreso a Extremadura por la Sierra de Gata. Al fondo Robledillo de Gata.


Los Pajares. Un lugar al que volver cuando el campo esté verde.

Última para y última foto del viaje. También fué un buen momento bajo una encina.

Día 11.
A la mañana siguiente, recogí todo los enseres despacio; ese día parecía que nada encajaba en su sitio y cuando así sucedía hacía una pausa para pensarlo y volver a recolocarlo todo otra vez, de modo que lo que durante once mañanas me había llevado pocos minutos hacer, ese día me resultaba difícil. Pero  sabía yo que no era eso, que no se trataba de recolocar el equipaje, que era otra cosa,... que no quería irme. De buena gana hubiera vuelto a andar el mismo camino en sentido inverso, o hubiera girado al oeste y me hubiera internado en Portugal, o, tal vez,.... Pero no,... aunque podía ser, ya tenía que regresar y así lo hice; aunque me permití un último brote de rebeldía y para llegar a casa tracé una ruta imposible por la que me adelantaba cualquier cosa aque circulara por esas carreteras.



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