La costa vicentina

Lo que llamo costa vicentina para dar nombre a la ruta realizada se llama en realidad "O Parque Natural do Sudoeste Alentejano e Costa Vicentina", también llamada en Portugal costa sudoeste. El Parque Natural se extiende desde Sines hasta el Cabo de San Vicente, conformando una estrecha zona litoral de poco más de 100 kilómetros.







La peculiaridad es la de ser el límite oeste del Alentejo, zona donde impera la llanura, extendiéndose ésta hasta el mismo océano y rompiéndose en él. De ahí que en esta franja litoral imperen espectaculares acantilados, y entre uno y otros proliferen calas escondidas, algunas playas casi vírgenes y otras extensísimas. Lo que unido a la clasificación del lugar como Parque Natural y por tanto carente de las mastodónticas instalaciones turísticas, hacen de este entorno un "paraíso escondido".


Fue esta una ruta de fin de semana completo. La tarde del viernes la dedicamos solamente a llegar al primer alojamiento, un camping en Vila Nova y reunirnos allí con un quinto viajero. En la mañana del sábado se nos unieron los dos amigos portugueses y comenzó a ruta  en Vila Nova de Milfontes para acabarla en el Cabo de San Vicente a tiempo para ver la puesta del sol desde éste privilegiado observatorio. El recorrido total de la parte litoral estaría en torno a 150 km y le dedicamos todo el sábado. Puede parecer mucho tiempo para tan pocos kilómetros, pero en él están incluidas numerosísimas paradas y un par de pistas que, sobre todo una, exigieron circular muy despacio. La mañana del domingo fue dedicada a recorrer parte de la montaña interior próxima y la tarde para el regreso.







El "Arcanjo", en Vilaq Nova de Milfontes
El grupo se formó con cuatro viajeros extremeños, uno sevillano y dos portugueses. Éstos últimos merecen una mención especial: no solo fueron unos perfectos anfitriones, sino que, además, profundamente conocedores de la zona, nos guiaron y, en alguna ocasión, nos llevaron de la mano,durante el recorrido. Joao ya empieza a ser un asiduo en algunas rutas organizadas desde Extremadura o Andalucía; es un profuso viajero que no necesita excusas para viajar en moto y, aunque él no esté convencido, es un "trailero auténtico" con su 1150 GS; de otra forma no hubiera afrontado esa pista de arena que luego citaré, aunque como se mueve con ligereza es en las reviradas carreteras de montaña; además, si se me permite la licencia, diré que "parece más andaluz que portugués" dado su peculiar tono humorístico que utilizó, incluso, para darnos unas pinceladas sobre la historia portuguesa, dejándonos, en algunas ocasiones, con la duda sobre si eso era así o era su particular visión de las cosas. A Luís, el otro portugués, no lo conocíamos, pero bastó ver la entrada que hizo en el punto de reunión subido en su magnífica Africa Twin para saber que estábamos ante un piloto serio, igual que bastó el mero gesto de saludo para intuir que estábamos ante un  "buen tipo"; ambas cosas quedarían después sobradamente acreditadas.




Toda la costa vicentina puede ser recorrida por asfalto, si bien la entrada a algunas playas se hace por pistas de tierra o cemento perfectamente adecuadas para cualquier moto; de hecho, una de las motos del grupo era una RT y compartió casi toda la ruta y durante todo el día nos cruzamos con motos de todo tipo.

Empezamos, como dije, en Milfontes, concretamente en el estuario del río Mira, en un bellísimo Mirador presidido por una enigmática y extraña escultura: el "Arcanjo" del escultor Aureliano de Aguiar y realizada como llamada de atención  “pelo planeta que se desfaz”.




Tras obtener otra vista de Milfontes desde el otro lado del estuario nos dirigimos al primer "punto fuerte" de la jornada: el Cabo Sardao; tomando así el primer contacto con la escarpada costa vicentina e iniciando desde allí un tramo de pista de aproximadamente 8-10 km., de los cuales la mitad estaban cubiertos por una finísima arena, consiguiendo así, ponernos en aprietos a algunos; si bien, a favor de este recorrido hay que decir que transcurre justo en el borde de un acantilado, a escasos metros de él, dándole, por tanto, su toque de emoción y, por supuesto, ofreciéndonos unas vistas espectaculares aunque la pista no permitía mirar demasiado a los lados. Antes de iniciarla, Luís nos dijo que era fácil aunque, eso sí, había que hacerla en primera y segunda y con cuidado. Esto demuestra una vez más lo que vengo sosteniendo: que el concepto fácil/difícil en portugués difiere mucho del mismo concepto en español. Pero, repito, es un tramo espectacular que repetiría sin duda (y sin maletas y sin equipaje y sin la rueda trasera gastada). A continuación dejo un mapa para situar la mencionada pista:






Seguimos el recorrido visitando más playas y acantilados e hicimos una primera toma de contacto con la cerveza portuguesa en el idílico paraje de Porto das Barcas.





 
 Llegó la segunda pista de tierra; ahora facilona de verdad, tanto que también la hizo la RT sin problemas; si bien en este tramo tuvimos una avería: una de las motos, después de un par de amagos de calado se paró (mensaje IGN OFF), iniciándose así el consabido debate entre nosotros: es batería, es inyección, es calentón, es..., resultando que se comprobaron los fusibles, se limpiaron los bornes de la batería y arrancó; con lo cual nos quedamos sin saber qué paso.








Continuamos junto a la costa, ahora atravesamos la turística ciudad de Zambujeira, pasamos por la solitaria Praia do Carvahal (a la que se llega tras un pronunciado descenso por una carretera de adoquines, o algo parecido) y enfilamos hacia Odeceixe separándonos un poco de la costa, pero, antes, paramos a comer en un restaurante de carretera y elegimos la parada y el momento con un acierto total dado que mientras comiamos en una terraza con vistas al río Seixe llovió un poco. Este río separa los distritos de Beja y Faro y desemboca en la cercana playa de Odeceixe permitiendo, por tanto, al bañista elegir entre baños de mar o baños de río; además de que en marea alta el río contribuye a formar una bonita península de arena encajada entre altos riscos. Sin duda, Odeceixe es un lugar que enamora, un lugar de esos de los que te dices: tengo que volver.


Río Seixe, junto a Odeceixe.

Praia do Odeceixe.



El propio pueblo es un pueblo blanco con notas azules; situado a un lado, como no queriendo estorbar a la mirada pero por eso mismo proporcionando una bonita atalaya desde donde disfrutar de lo que te ofrece. Sí, sin duda es uno de esos lugares que te hacen volver la cabeza cuando te alejas. Parte del grupo pasó por él sin detenerse, pero Joao me hizo una indicación para dar la vuelta y regresar para dedicarle más atención, obtener algunas fotos más cuidadas y darme alguna explicación sobre el lugar, de ahí mis impresiones anteriores.

Antes de continuar, parada para comer.






Las horas iban transcurriendo deprisa pero el cuenta kilómetros lo iba haciendo despacio; nos estábamos atrasando demasiado. Prisas no había, pero sí había que recordar uno de los objetivos de la ruta: llegar al Cabo de San Vicente a tiempo para ver la puesta del sol. Por tanto continuamos despacio, disfrutando de las vistas, pero dejando algunas paradas para otra ocasión. De esta manera llegamos a Aljezur y visitamos su castillo. Quien crea que las trialeras solo están en el campo, que
visite este castillo subiendo por el casco urbano: una pendiente imposible, revirada, sobre adoquines y sorteando viandantes que se paran en mitad de la trazada para mirarnos; realmente emocionante.



 
Desde Aljezur fuimos a ver su playa a través de una carreterita con un asfalto en malas condiciones, una carretera tobogán que discurre entre monte bajo, pareciendo un tramo de montaña más que de playa y costa; así son los contrastes en este entorno.




El siguiente punto de interés era la zona de Carrapateira, el cual, junto a Odeceixe y Sagres, me parecieron los puntos de visita obligada. La playa está junto al pueblo del mismo nombre y después de ella, en dirección sur, se toma otra pista de tierra que bordea la costa junto a grandiosos acantilados. La pista es de tierra dura y sin dificultades. Aquí y allá hay muchos miradores acondicionados sobre el litoral. Este tramo, corto, hubiera necesitado mucho más tiempo; incluso hubiera exigido parar la moto e internarse por alguna de sus pasarelas de madera hasta el borde de la tierra, pero ahora ya había prisas, estábamos casi en carrera contra el sol antes de que éste se ocultara por lo que, desde aquí nos fuimos directamente a Sagres.








Llegamos al camping muy justitos de tiempo; instalamos las tiendas muy deprisa, nos despedimos de Luís y rápidamente fuimos al Cabo de San Vicente que era el verdadero objetivo del viaje, pero que se convirtió en un punto de interés más en él, ya que todo lo que estábamos viendo hubiera justificado por sí solo el trayecto. Pues bien, gracias a ir en moto pudimos llegar hasta el mismísimo faro y encontrar un hueco privilegiado para admirar la puesta del sol. Había mucha gente y tal y como nos había anticipado Joao, la mayoría españoles. Parece que lo típico es (y así vimos a algunos) beber vino durante esos instantes; había pareja de enamorados abrazados, madres de la mano de sus hijos, solitarios, gente con una sonrisa indefinible,..  Durante los últimos minutos de vida del sol imperaba el silencio entre los asistentes a tan bonito espectáculo; quizás habría alguien lamentando que el sol nos dejara; otros, tal vez, alegrándose de que en ese mismo instante alguien estaría disfrutando del
amanecer en otro lugar del planeta o, ¿quien sabe? alguien, tal vez, dando las gracias al sol por habernos permitido vivir un día más. En fin, que fue un bonito momento.











La diferencia horaria con Portugal estaba a nuestro favor y nos permitió de disponer de tiempo suficiente para cenar al modo portugués. Lo hicimos en el restaurante Gigi en Sagres, fuera del ambiente turístico. Nos decantamos por los arroces caldosos: dos magníficos arroces, uno con marisco y otro con tres peixes, seguidos de postres caseros típicos y en mi caso, regado con vino blanco, a falta de vinho verde. Unos cafés, planificación de la ruta del día siguiente y a dormir.






Domingo por la mañana, espléndido día soleado con una temperatura contenida; condiciones ambientales perfectas para ir en moto. Empezamos el día regresando al Cabo para verlo durante el día y allí surgió la segunda incidencia misteriosa del viaje: mi moto arrancaba pero no mantenía el ralentí y se paraba; así que manteniendo el gas con el puño rodé unos minutos y a partir de ahí todo siguió con normalidad y otra vez el debate: batería, fallo eléctrico, alternador, ... no sabemos. Sin abandonar Sagres visitamos su histórica Fortaleza y recorrimos andando su entorno; allí vimos a los primeros pescadores de litoral con sus cañas al borde de precipicios que daban miedo.






 Esta visita se prolongo mucho y nos deshizo los planes previstos; así que lo siguiente fue regresar a Aljezur y desde ahí iniciar una ruta de montaña interior que nos llevaría al alto de Foia, el punto más elevado del Algarve. Este tramo tiene cientos,.. no, miles de curvas por unas carreteras estrechas pero en buen estado. En el Alto de Foia nos planteamos si era hora de comer o no, según el horario portugués o español. Decidimos improvisar una comida "de campaña" para ganar tiempo. Degustamos el estupendo queso y chorizo que aportó Joao (si es que, una vez más, digo que el Alenteijo y Extremadura son casi lo mismo). Adviértase que cuando en esta crónica me he referido a comidas no he usado el adjetivo "exquisito". Joao nos explicó que ese término tiene en portugués un significado muy distinto al que tiene en español; se le aplica a los hombres cuando de ellos se quiere resaltar su "amaneramiento"; por lo tanto hablar de un "exquisito chorizo" puede resultar malsonante. Después más curvas hasta Monchique y Sao Marcos da Serra, tras lo cual más curvas hasta salir de la región de Faro en dirección a Beja, donde se quedó Joao después de que José Carlos trazara su propio rumbo hacia Sevilla.

Un pequeño vídeo de Joao explicando la ruta:



Lo dicho. Estupendo fin de semana en moto recorriendo una desconocida región llena de atractivos. Yo, que estoy convencido de que la mejor manera de viajar es hacerlo en solitario y manteniendo tal posición tengo ahora que reconocerle a este viaje en grupo el ser una muy señalada excepción. Yo he disfrutado mucho haciéndolo así e intuyo que el resto del grupo, siendo fiel a sus comentarios, también.



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